Mirar las estrellas o escuchar música nos conecta con algo más grande que nosotros mismos, pero ¿puede la ciencia explicar estas experiencias trascendentes?
n una noche despejada, nos encontramos mirando las estrellas. Algo en la inmensidad del cielo nocturno, en el silencio cósmico, nos provoca una profunda sensación de conexión con algo más grande que nosotros mismos. Lo mismo sucede cuando nos enamoramos o escuchamos una melodía que resuena en lo más profundo de nuestro ser. Estas experiencias, aunque aparentemente cotidianas, tocan algo trascendente. Pero, ¿por qué nos sentimos de esta manera? ¿Es solo una cuestión de química cerebral o existe algo más?
Las experiencias que generan una sensación de trascendencia —como contemplar las estrellas, enamorarnos o escuchar música— activan áreas específicas del cerebro, según investigaciones en neurociencia. El amor, por ejemplo, involucra regiones del cerebro asociadas con el placer y la recompensa, particularmente el núcleo accumbens. En este sentido, el enamoramiento puede parecer una respuesta meramente química, una danza de hormonas y neurotransmisores como la dopamina y la oxitocina, que crean en nosotros una sensación de euforia y unión con el otro.
Por otro lado, escuchar música activa el sistema límbico, que gestiona las emociones, y el córtex prefrontal, que regula la cognición. La música, especialmente aquella que evoca recuerdos o emociones profundas, parece tener un poder casi místico sobre nosotros, transformando la experiencia auditiva en algo que roza lo espiritual.
La astronomía también ha dejado su huella en la neurociencia. Estudios sugieren que mirar las estrellas puede activar el córtex parietal, la región del cerebro que procesa la percepción del espacio y el tiempo. Esta activación nos puede hacer sentir diminutos frente a la vastedad del universo, pero también, paradójicamente, conectados con él.
Mirando el cosmos
Aunque la ciencia explique cómo el cerebro procesa las emociones, el sentido de trascendencia sigue siendo un misterio. Ilustración artística. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez
Más allá de los átomos
Sin embargo, reducir estas experiencias a simples procesos químicos no hace justicia a la sensación de asombro que evocan. Aquí es donde la ciencia comienza a toparse con sus límites. Aunque sabemos qué regiones del cerebro se activan durante estas experiencias, lo que aún no comprendemos completamente es por qué nos hacen sentir que pertenecemos a algo más grande que nuestra existencia individual.
Algunos neurocientíficos han propuesto la idea de "fenómenos emergentes" para explicar este tipo de experiencias. Un fenómeno emergente ocurre cuando las interacciones entre partes más simples producen un resultado que no puede ser explicado por esas partes por separado. De esta manera, aunque nuestras experiencias de amor, música y estrellas se basan en la actividad neuronal, el sentido de trascendencia que evocan es algo que emerge a partir de esas interacciones, pero que no puede ser reducido a ellas.
Aquí radica la pregunta crucial: ¿podemos reducir la totalidad de nuestras experiencias a interacciones químicas y físicas? La ciencia materialista sostiene que sí, que todo en el universo —incluidas nuestras emociones y pensamientos— puede explicarse en términos de átomos y moléculas. Pero para muchos, esta explicación se queda corta cuando se trata de experiencias que nos llevan más allá de lo meramente físico.
La espiritualidad en la ciencia moderna
Alan Lightman, físico y novelista, ha acuñado el término "materialismo espiritual" para intentar reconciliar estas dos realidades: el mundo material, que puede ser explicado por la ciencia, y el mundo de las experiencias humanas complejas, como el asombro, el amor y la espiritualidad. Para Lightman, estas experiencias no contradicen el materialismo, sino que son una manifestación de la complejidad del cerebro y del sistema nervioso.
La idea de que podemos abrazar lo espiritual sin abandonar nuestra visión científica del mundo está ganando terreno. En lugar de ver las emociones humanas como misterios insondables, podemos comprenderlas como el resultado de millones de años de evolución y adaptación. Las emociones complejas, como la sensación de pertenencia al universo, pueden haber surgido porque ayudaron a nuestros ancestros a sobrevivir, facilitando la cooperación y el cuidado mutuo.
Uno de los ejemplos más intrigantes de esta conexión entre ciencia y trascendencia es la música. Durante siglos, la música ha sido vista como algo que conecta a las personas con lo divino. Aunque ahora sabemos que es el resultado de ondas sonoras que interactúan con nuestros oídos y cerebro, la capacidad de la música para provocar emociones intensas parece ir más allá de una explicación simple.
En experimentos recientes, científicos han descubierto que ciertos patrones rítmicos y armónicos en la música evocan en el cerebro respuestas que son difíciles de predecir solo con el análisis de las notas musicales. Esto sugiere que la música, como las estrellas y el amor, puede ser otra forma en que nuestro cerebro genera fenómenos emergentes, que nos permiten sentir una conexión con algo que no podemos ver ni tocar, pero que sabemos que está allí.
Aunque ahora sabemos que es el resultado de ondas sonoras que interactúan con nuestros oídos y cerebro, la capacidad de la música para provocar emociones intensas parece ir más allá de una explicación simple
Enamorarse de lo desconocido
Del mismo modo, el amor no puede ser explicado únicamente por la liberación de hormonas. Aunque la biología nos ha dado pistas valiosas sobre el papel del cerebro en el enamoramiento, queda un espacio para lo inexplicable. ¿Por qué algunas personas sienten una conexión inmediata y profunda con otras, mientras que otras relaciones nunca alcanzan ese nivel de intimidad? ¿Es solo química o hay algo más?
La ciencia nos enseña que el amor es, en parte, un fenómeno biológico, pero el sentido de asombro y trascendencia que lo acompaña es más difícil de cuantificar. Nos deja con la sensación de que aún hay mucho que no comprendemos sobre nuestra naturaleza humana y nuestras emociones.
Entonces, ¿por qué mirar las estrellas, enamorarnos o escuchar música nos hace sentir conectados con el universo? Quizás porque estas experiencias tocan algo profundamente humano: el deseo de encontrar sentido en un universo que parece, a primera vista, indiferente. La ciencia nos ha enseñado que estamos hechos de los mismos elementos que las estrellas, y que nuestras emociones, aunque complejas, surgen de procesos físicos.
Sin embargo, también nos recuerda que no todo puede ser reducido a átomos y moléculas. El sentido de trascendencia que sentimos ante el universo puede ser un fenómeno emergente, un producto de nuestra evolución, pero también es una ventana hacia algo más grande que nosotros mismos.
'El cerebro trascendente: Espiritualidad en la era de la ciencia'
El reconocido físico y novelista Alan Lightman aborda precisamente esta relación entre ciencia y espiritualidad en su libro El cerebro trascendente, publicado recientemente por Pinolia. Lightman propone que, aunque nuestras experiencias espirituales tienen una base material en el cerebro, no debemos rechazarlas como ilusiones.
Estas sensaciones de conexión con el universo son una parte fundamental de lo que significa ser humano, y el materialismo no está en conflicto con la espiritualidad.
A través de conversaciones con científicos, filósofos y su propia experiencia, Lightman sugiere que el materialismo espiritual es una forma de reconciliar nuestra visión científica del mundo con la riqueza de nuestras experiencias subjetivas.
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Referencias:
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